jueves, 10 de septiembre de 2020

Día 18 - La autopista del sur es una ficción

                                  Photo by Jacek Dylag on Unsplash


Escasea la gasolina en el país con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo. Nos vemos obligados a esperar en larguísimas colas sin garantía alguna de éxito. Lo que en otro país es un acto intrascendente, aquí se ha vuelto una película de suspenso, porque nunca sabes si llegará la gasolina o si alcanzará para ti. Ni siquiera tenemos el aliciente de convertir la vivencia en una narrativa de realismo mágico.

En "La autopista del sur", Alejo Carpentier relata la historia de un trancón en el tráfico vehicular que se prolonga durante mucho tiempo, tanto, que la gente comienza a conocerse, conversar y establecer relaciones entre ellos.

Cuando la razón del trancón desaparece, todos corren a sus vehículos y siguen su camino, como si nada hubiera sucedido.

Crónica de la cola para surtir gasolina

Son las 12:49 p.m. del 10 de agosto de 2020. Desde las 7:45 a.m. estoy haciendo la cola para surtir de gasolina a mi vehículo, en la ciudad de Caracas.

He avanzado aproximadamente 500 mts desde el lugar de inicio, a pesar de que todavía la estación de servicio no ha comenzado a dispensar combustible. El avance se debe a las personas que desisten de permanecer en la cola y se van.

Los que suben dicen que hay movimiento en la estación de servicio. Todos los bomberos están allí, esperando a que llegue el transporte con la gasolina, lo que podría o no suceder, tal es la incertidumbre. PDVSA, el organismo encargado de proveer la gasolina en el país, les promete que enviarán la gasolina, sin embargo, con frecuencia, esas promesas no se cumplen.

Cuando llegué a la cola, mucha gente caminaba, trotaba, montaba bicicleta.  Escuchas a la gente que dice “esta es la cola de la bomba de allá abajo, ¿no puede ser?” Son más de 2 kilómetros de cola, de forma que el asombro que manifiestan está plenamente justificado.

Quien hubiera asomado, hace veinte años, que Venezuela pasaría por una situación así habría sido tildado de orate, porque nadie, en su sano juicio, podía prever algo así. El complejo de refinería más grande del mundo, colapsado. El país con las mayores reservas probadas de petróleo, sin gasolina.

West with the night

Me vine preparada, o al menos eso pensé, agua suficiente y un buen libro para leer: West with the Night, de Beryl Markham.

Beryl Markham fue entrenadora de caballos – la primera entrenadora de caballos de carrera certificada de Kenia – además de aviadora – la primera mujer en cruzar sola el Atlántico (de Inglaterra a Estados Unidos) – y una aventurera empedernida. West with the Night es un libro autobiográfico en el que narra episodios de su vida, la mayor parte de ella vivida en África.

Me instalo en mi cola y comienzo a leer, ¡vaya elocuencia! Quien me regaló el libro, hace ya varios años, me había hablado muy bien de él. Realmente sorprendente, hermosamente escrito. Confieso que me ha tocado buscar el significado de no menos de quince palabras en los primeros tres capítulos: “haughty”, “callow”, “lorry”.

Ernest Hemingway, en una carta dirigida a su editor, comenta sobre el libro:

¿Leíste el libro de Beryl Markham, "West with the Night"? La conocí bastante bien en África y nunca hubiera sospechado que podría poner la pluma sobre el papel si no fuera para escribir en su bitácora. Tal como están las cosas, ha escrito tan bien, tan maravillosamente bien, que me avergoncé completamente de mí mismo como escritor. Sentí que era simplemente un carpintero con palabras, que recogía todo lo que se proporcionaba en el trabajo y, a veces, hacía un buen corral de cerdos. Pero [ella] puede escribir anillos alrededor de todos los que nos consideramos escritores.

Por las dudas, el subrayado es mío. Vaya elogio que alguien como Hemingway te diga que les has hecho sentir vergüenza de sus dotes como escritor.

Regresemos a la cola

El calor aprieta. En ciertos trechos quedo bajo la sombra de los árboles, ¡qué dicha!, la vía serpentea bordeando una montaña en donde no cabe más verde. Musgo, plantas de todo tipo, árboles y más plantas que cuelgan de los árboles. Caracas es indómitamente verde.

Cada cierto tiempo adelanto, porque los vehículos siguen abandonando la cola. Las noticias no son buenas, la estación de servicio sigue cerrada. Me bajo, camino, me siento a un lado de la calle para seguir leyendo. Luego de cuatro horas en la cola, muy pocos salen de sus carros, por eso afirmo que la autopista del sur es una ficción, nadie cuenta a dónde va, salvo un joven que comenta que este es su tercer día de cola tratando de surtir combustible, nada como un comentario así para hacerte sentir que estar perdiendo tu tiempo.

Alcanzo a llegar a un parque en el que un par de personas se ejercitan. Una de ellas se acerca para preguntarme desde qué hora estoy en la cola y dónde estaba cuando comencé, creo que calibra cuándo será el momento en que le toque hacer la suya. Pienso en que me queda medio tanque y pienso si vale la pena seguir allí. Se me acaba el agua, no así el libro, apenas si alcanzo el cuarto capítulo, y comienzo a sentir deseos de aliviar mi vejiga. Son las 2:20 p.m. y las noticias de quien sube siguen siendo las mismas, sigue sin llegar la gasolina.

Llegan refuerzos, me traen agua y yogurt, además de noticias que no quiero recibir: los empleados de la estación de servicio no creen que llegue la gasolina, aunque no se atreven a asegurarlo. Continúo contemplando el verde, pero nadie sale de su carro a contar de su vida a los demás. Pienso que podría jugar a inventar historias sobre las personas que están en la cola sobre la base del vehículo que utilizan. ¿Podría adivinar a qué se dedica cada uno por el modelo o el color de su carro?

Son las 3:15 p.m., confieso que mi resistencia se extingue al ritmo en que aumentan mis ganas de ir al baño. Tanta agua tendría ese efecto más temprano que tarde, y la verdad es que ya son siete horas y media las que han transcurrido. Decido dejar la cola, sin conocer las intimidades de ninguno de quienes han estado allí durante todo ese tiempo. La autopista del sur es una ficción.

Epílogo

Me voy a mi tienda, reviso algunas cosas, respondo un par de correos, atiendo a un par de cliente – me gusta mucho atender a los clientes – y llega la hora de cerrar. Son poco más de las 5 p.m. De camino a mi casa paso frente a la estación de servicio, ¡continúa cerrada! La gasolina todavía no llega.


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