miércoles, 9 de septiembre de 2020

Día 17 - A prueba de tecnología

 

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Mi madre, amante abuela, solía cantar a sus nietos para que se durmieran una canción muy tradicional en Venezuela que dice:

duérmase mi niño,
que tengo que hacer
lavar los pañales,
sentarme a coser

Un día, mi sobrina, que escuchaba con atención a su abuela mientras cantaba a uno de sus primos más pequeños, se volteó de repente y preguntó: “¿por qué la canción dice lavar los pañales?”

Ella nunca había visto a nadie lavar los pañales, los pañales se quitaban, se enrollaban y se botaban, no se lavaban, ¿qué clase de sinsentido era aquél de “lavar los pañales”?

La invención de los pañales desechables hizo innecesaria la labor de lavar y blanquear los pañales de los niños, cosa que creo que nadie extrañó luego. Es cierto que hay quien se preocupa por la huella ambiental, dado que los dichosos pañales desechables pueden durar hasta 500 años antes de degradarse, según dicen los entendidos, pero aparte de esa preocupación, y dado que no parecen tener efectos negativos sobre los niños, nadie extrañaría tener que lavar un pañal.

Pero no siempre la tecnología, y los cambios que suele traer consigo, es tan bien recibida. En su conferencia “Desde Gutenberg hasta Internet”, Umberto Eco sostiene que las personas sufrimos de un “miedo eterno”:

el miedo a que un nuevo logro tecnológico pueda suprimir o destruir algo que consideramos precioso, fructífero, algo que representa para nosotros un valor en sí mismo, y profundamente espiritual

El miedo del que habla Eco no es infundado, en efecto, la tecnología suprime o destruye muchas cosas, la cuestión es si esas cosas realmente contienen ese valor en sí mismo o solo lo hacen en apariencia.

La historia de María y Efraín

En María, la obra cumbre de Jorge Issac, un clásico de la novela romántica del siglo XIX, Efraín, hijo de una familia de ricos hacendados y María, quien ha sido criada por los padres de Efraín luego de quedar huérfana, se enamoran locamente. Sin embargo, deben separarse cuando Efraín es enviado a estudiar medicina a la lejana Europa, dejando atrás a su amada María, una muchacha llena de virtudes, pero de salud frágil, pues padece de epilepsia.

Con la ausencia de Efraín, los episodios de epilepsia de María parecen empeorar y hacerse más frecuentes. Efraín le escribe y sus cartas le dan aliento, sin embargo, su enfermedad empeora. La familia pide a Efraín regresar porque temen por la vida de María. A pesar de que Efraín emprende el viaje enseguida, cuando llega a El Paraíso (la hacienda familiar donde transcurre la historia) ya María ha muerto.

¿Qué habría pasado si María y Efraín hubieran tenido teléfono?, habrían podido hablar todos los días, ¿y si hubieran tenido WhatsApp? Videoconferencia cada vez que quisieran.

De la misma manera en que la luz eléctrica acabó con las historias de espantos y aparecidos, pero no con las razones para temer por la seguridad personal durante la noche, el teléfono acabó con historias como las de María y Efraín, pero no con las historias de amores contrariados.

El fin de los libros

En 1894, el francés Octave Uzanne, escribió un libro titulado “El fin de los libros”. En su texto, Uzanne dice lo siguiente:

Si por libros entendemos que nos referimos a nuestras innumerables colecciones de papel impreso, cosido y unido por una cubierta que anuncia el título de la obra, os reconozco francamente que no creo que la invención de Gutenberg pueda hacer otra cosa que, tarde o temprano, caer en desuso como medio de interpretación de nuestros productos mentales.

Veía Uzanne la amenaza en el avance de la fonografía, porque pensaba que era mucho más cómodo escuchar los libros que leerlos, lo que aseguraba el éxito de este nuevo formato. Uzanne pensaba que los libros serían leídos por sus propios autores, cuya voz patentarían para evitar falsificaciones o copias fraudulentas de sus obras, y que recibirían el título de “narradores” en lugar de escritores. Audible pensado en el siglo XIX (creo que tendremos que buscar en el pasado inspiración para novedades tecnológicas).

También se ha pensado que el soporte electrónico acabará con los libros impresos, dadas las numerosas ventajas del primero sobre el segundo: no cría ácaros ni acumula polvo, es más ligero y ocupa menos espacio – puedes tener la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en la nube, al alcance de tu Tablet o teléfono –, puedes personalizar el tamaño de la letra… Sin embargo, el viejo formato impreso continúa vigente, gracias a sus muchas virtudes: su disponibilidad – puedes llevarlo contigo a todas partes sin depender de una conexión a Internet o una fuente de electricidad, además de su olor y del tipo de relación que estableces con él – vas y vienes de una página a otra de un modo que no puedes en el formato electrónico.

Quizá Eco tiene razón al afirmar que:

Los libros son esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera

Algunas cosas desaparecen por la tecnología, como las historias de espantos y aparecidos, otras son cambiadas, como el caso de la forma de relacionarnos y comunicarnos, mientras que otras permanecen,  como en el caso de los libros impresos, aunque adquieren nuevas formas que no sustituyen del todo a las anteriores, sino que conviven con ellas.

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