miércoles, 23 de septiembre de 2020

Día 31 - El sobre extraviado o lo que los objetos me contaron

 


Photo by Tiffany Tertipes on Unsplash


Todos hemos escuchado aquella frase “si las paredes hablaran”, ¿y si las hiciéramos hablar?, ¿cómo serían las historias de la oficina si las contaran los objetos guardados en ellas? ¿imaginas el relato del apasionado encuentro entre Rachel y Mike, protagonistas de la serie Suits, contado por los estantes o los libros en que se apoyaron?


 ¿Qué pasaría si los objetos que usamos contaran historias sobre nosotros?, ¿cómo serían esos relatos?

Nos revelamos en las cosas que hacemos más que en lo que decimos. Hemos aprendido que hay conductas y creencias socialmente aceptadas, así que es más fácil decir cosas que nos hagan quedar bien que hacer esas mismas cosas.

Y si no hay testigos cuando hacemos esas cosas, mostramos lo que de veras queremos, creemos y sentimos, sin temor a las consecuencias.

Pero esto no es un tratado de ética, sino un calentamiento para intentar algo que he querido hacer desde hace tiempo, contar historias sobre organizaciones desde la perspectiva de los objetos que llenan sus espacios.

¿Se imaginan el relato del apasionado encuentro entre Rachel y Mike, protagonistas de la serie Suits, contado por los estantes o los libros en que se apoyaron?

Bueno, mi historia no será tan atractiva, no tiene escenas de sexo, persecuciones o asesinatos, aunque sí muestra lo que quiere decir Gallup, la firma de talento, cuando cataloga a los empleados de una organización como activamente desconectados de la misma.

Vayamos entonces a la historia del sobre que quería llegar a su destino.

Jorge me sacó de la gaveta. Con premura me abrió e introdujo un documento dentro de mí. Me selló y caminó conmigo hasta la recepción para asegurarse de que saliera con la próxima valija. Pude notar que era muy importante que mi contenido llegara a tiempo a la oficina principal de la compañía, ubicada en Caracas, la capital del país, porque a mis hermanos, utilizados antes que yo, Jorge los dejaba en una bandeja especial en su oficina para que Marcos, el encargado de preparar la valija, los recogiera e hiciera llegar a su destino.

Yo estaba emocionado porque iría a la capital, además con una encomienda particularmente importante para la compañía, según pude constatar, no solo por el comportamiento de Jorge, sino por lo que me contó la hoja que llevaba dentro, con la que tuve mucho tiempo para conversar. Nuestro destino era la presidencia de la compañía, al parecer mi contenido era necesario para completar un importante trámite gubernamental.

Esa misma tarde estaba en Caracas, la gran ciudad. Había mucho tráfico, se escuchaba el ruido de los motores desde dentro de la valija, y pude notar que el conductor disminuyó la velocidad del vehículo luego de que llamara a su esposa para decirle que estaba "a la altura del jardín botánico".

Me bajaron frente a un edificio muy alto, lo sé porque escuché que el conductor pidió a la ascensorista marcar el piso 21. Entregó la valija a la persona que estaba en la recepción. Luego de un par de minutos me pusieron sobre el escritorio de Belinda, una de las analistas de compras de la compañía.

Algo andaba mal, se suponía que fuera entregado en Presidencia, tal y como especificaba la leyenda escrita que llevaba “Para Herlinda Hoyos, Asistente a la Presidencia”, pero esto no era la oficina correcta. Belinda me tomó entre sus manos, leyó las letras escritas sobre mí y dijo “este sobre es para otra persona”, se levantó y me dejó en una bandeja. Levantó el teléfono y llamó a Servicios Generales, pensé que pediría que me llevaran a mi destino, a fin de cuentas, tenía marcado sobre mí un sello que ponía «URGENTE».

A pesar del extravío, estaba muy cerca de Herlinda porque Presidencia estaba en el mismo edificio – luego me enteré de que estaba en el mismo piso – pero no fue así. Casi me desgarro de la indignación cuando Belinda pidió que me regresaran a mi origen, porque el sobre no era para ella. Ella ni siquiera tenía que caminar para entregarme, bastaba con pedirle, a la misma persona que atendió su llamada, que me llevara con Herlinda, era el mismo esfuerzo, ¿por qué no lo hizo?

Al día siguiente estaba de vuelta en mi oficina de origen, en manos de quién me había enviado a la oficina principal de la empresa en la valija de máxima prioridad. Jorge se puso tan lívido como yo, corrió a preguntar a la persona de la recepción cómo es que yo estaba de vuelta, “¿acaso no saben cuánto cuestan las multas por retraso en las operaciones?, esto tenía que estar en Caracas ayer para ser entregado en la oficina de la Superintendencia antes del mediodía de hoy.

Levantó el teléfono y pidió una llamada con Presidencia, preguntó por qué razón habían devuelto un documento de tal importancia, la pobre Herlinda no sabía de qué hablaba Jorge, de hecho, había pedido una llamada con él para preguntar por qué el sobre no había llegado todavía.

Jorge me envió de nuevo a Caracas, esta vez en un viaje expreso, directo a la Superintendencia. Herlinda fue enviada en un taxi, con la carta, firmada por el presidente de la compañía, que debía acompañar mi contenido, en un intento por llegar dentro del plazo previsto.

Qué diferencia entre unos y otros, Jorge saltó como un resorte, tomó el teléfono e hizo la llamada, Herlinda, con el teléfono enfrente, pidió a la otra asistente que hiciera la llamada y Belinda, ¡ah, Belinda!, prefirió regresarme a caminar unos pasos para entregarme a mi destinatario final.

Yo llegué a la oficina de Presidencia finalmente, en medio de caras largas y una cacería de brujas que acabaría señalando a Belinda como la culpable de todo aquel enredo. Al día siguiente fui llevado a la Superintendencia. Ahora, además de la carta firmada por el presidente de la compañía, me acompañaba una planilla bancaria con muchas cifras en el espacio del monto.

Nunca supe qué fue de Belinda, lo que sí comprendí es que mientras unos trabajan duro, otros parecen sabotearlos… sin querer queriendo.  


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