lunes, 13 de mayo de 2013

Servir a Venezuela y no servirse de Venezuela


Con frecuencia escuchamos a algunas personas en la calle y, a no pocos intelectuales, subrayar la cantidad de defectos que tenemos los venezolanos, y que, a su juicio, explican el estado de precariedad que se ha apoderado del país. Algunos de los señalamientos de estas personas dicen algo así: “como va a progresar este país de vivos, flojos e ignorantes, donde los funcionarios públicos son deshonestos e incapaces”.

Quiero retar esos señalamientos, porque son injustos, exagerados y, lo peor de todo, no contribuyen, en lo absoluto, a solucionar los problemas que aquejan a nuestro país. Estas opiniones desesperanzadoras soslayan el hecho de que, cada vez que alguien ha confiado en la capacidad de los venezolanos, ha alcanzado logros extraordinarios, tal y como lo muestra el caso de Arnoldo Gabaldón y sus esfuerzos por erradicar la malaria de Venezuela.



En el año 1936, Enrique Tejera, quien se desempeñaba como Ministro de Salud, pide a Arnoldo Gabaldón, médico trujillano, que regrese a Venezuela para encargarse de la recién fundada División de Malariología, con la misión de rescatar al país de la terrible enfermedad que arrasó poblaciones enteras y que, para esa época, acababa con la vida de un venezolano cada dos horas.

Gabaldón, quien tenía en aquel momento unos 27 años y se encontraba trabajando en un centro de investigación en la ciudad de Nueva York, respondió enseguida al llamado de Tejera y regresó a Venezuela para encargarse de una institución cuyo único integrante era él, en un país sin carreteras, sin dinero, con una estadística de analfabetismo que rozaba el 70%. Dos terceras partes del país estaban infestadas de paludismo y esta enfermedad ocasionada 400 muertes por cada 100.000 habitantes al año, en un país cuya población era de poco más de tres millones y medio de personas.

Gabaldón conformó un equipo de trabajo, y convocó a unirse al esfuerzo de malariología a todo aquél que quisiera y pudiera ayudar. Disciplina, estudio, trabajo y tenacidad comenzaron a rendir frutos. Trece años después, en 1949, el número de muertes por cada 100.000 habitantes se había reducido de 400 a siete y la esperanza de vida, que en 1936 era de 38 años, para 1961 se situaba en 62 años de edad.

Por esos años, Venezuela recibió el reconocimiento de la Organización Mundial de la Salud como “territorio libre de malaria”, honor compartido con las potencias mundiales de aquella época, Estados Unidos de Norteamérica y la extinta Unión Soviética.

Este es uno más de muchos ejemplos que nos recuerdan nuestra verdadera valía y lo que podemos lograr cuando confiamos en nuestras capacidades, nos organizamos y comprometemos con el logro de un objetivo y cuando estamos dispuestos a “servir a Venezuela en lugar de servirnos de Venezuela”.