sábado, 30 de agosto de 2014

Lo que el beisbol nos enseña sobre captación y desarrollo de talento

Cada vez que nos atormentamos pensando en nuestras debilidades o falencias, o en las de las personas que trabajan con nosotros, perdemos la oportunidad de identificar aquello en lo cual es posible descollar, aquello para lo que se es mejor o más competente. 

Piénsenlo por un minuto, ningún scout de beisbol espera que sus prospectos posean las cinco habilidades primarias que evalúan, a saber: fortaleza del brazo, contacto, velocidad, guante y poder; porque de hacerlo así, reducirían, más allá de lo tolerable, las posibilidades de conseguir un buen jugador, lo que pondría en peligro el resultado de su trabajo. 


Una vez que un prospecto ha sido reclutado, los coaches se dedican a reforzar, con entrenamiento, aquellas habilidades que poseen en lugar de aquellas otras que no están presentes. Nadie espera, por ejemplo, que un gran lanzador tenga que ser entrenado para correr con mayor velocidad o se le penalice por no ser capaz de batear con fuerza y precisión.

Sin embargo, en las evaluaciones de desempeño se suele prestar mucha más atención a las falencias que a las destrezas que el individuo posee, la consecuencia es la generación de frustración en las personas y la pérdida de oportunidades de aprovechamiento del potencial en favor de la organización, lo que castiga el compromiso y la productividad.

Cuando invertimos esfuerzo en aquello que somos mejores obtenemos mejores resultados, en menos tiempo y con menos esfuerzo. Lamentablemente no nos percatamos de eso. ¿Por qué actuamos así?, ¿por qué hacemos énfasis en las carencias en ligar de los buenos atributos que poseemos?

A continuación, les invito a leer el artículo del primatólogo Pablo Herreros en el que explica la razón por la que nos fijamos más en las falencias que en el potencial.

Autor: Pablo Herreros 2 May 2014 (tomado de somosprimates.com)
Jóvenes sin formación, directivos sin habilidades sociales y trabajadores sin cualificación. Hasta los exámenes que realizábamos en la escuela se puntuaban teniendo en cuenta los fallos y no los aciertos. ¡Qué gran favor nos hubieran hecho recordando lo que estaba bien para poder así repetirlo más veces! Las ciencias, la historia, la formación y cómo no, las empresas también. Todo está planteado desde la mirada del déficit, la cual destaca lo que se hace mal o lo que no existe. Interpretar desde la carencia ha colonizado nuestras vidas desde hace millones de años. Nuestra especie es buena señalando aquello que no tiene, pero le cuesta imaginarse de lo que es capaz a no ser que haya ocurrido antes.

oficinas
Oficinas, oficinas y más oficinas (imagen: Steve Davidson / Fickr).
Esta mirada obsesionada con lo que no funciona domina el mundo laboral y anula el deseo de cambio de los trabajadores de todo tipo. Solo en contados casos, los directivos y consultores externos,se dedican a potenciar aquello que funciona bien y es útil para los individuos y el grupo, como por ejemplo hábitos beneficiosos o fortalezas. Nos suelen llamar la atención cada vez que metemos la pata, pero rara vez se recompensa el trabajo bien hecho o la creatividad. Simplemente se da por sentado que así debe ser.
Lo que ocurre es que las personas juzgamos y actuamos usando el «radar de carencias», lo que obstaculiza el cambio. En otras palabras, nos fijamos de manera sistemática en lo que no tenemos o se hace mal, ya sea de nosotros mismos o de nuestro alrededor. Ello implica a personas, eventos, objetos y otro tipo de elementos. Este modelo mental incide en la percepción que tenemos de nosotros mismos y en la interpretación del comportamiento de quien nos rodea, lo que dificulta establecer vínculos de calidad en el trabajo porque nos juzgamos por lo peor que hacemos.
Paul Rozin y Edward B. Royman, de la Universidad de Pensilvania, creen que tanto los animales como los humanos estamos condicionados por predisposiciones innatas que nos empujan a interpretar el mundo centrándonos en lo negativo. El psicólogo Guido Peeters lo denominó «la asimetría entre lo positivo y lo negativo». Peeters cree que el porqué evolutivo de este sesgo subyace en que durante nuestra evolución fue más adaptativo fijarse en lo negativo y estar siempre alerta a lo que no iba bien: hace miles o millones de años, los que estaban concentrados en lo que iba mal sobrevivían más. El «radar de carencias» se desarrolló en aquella época y se centra en lo negativo o en lo que no poseemos, pero los escenarios han cambiado y ya no vivimos rodeados de peligros y enemigos.
¿Por qué no verlo desde el lado contrario? Si en vez de señalar con el dedo de lo que no somos capaces, reforzáramos las estrategias para afrontar las dificultades con las que todo ser humano cuenta, nos invadirá la sensación de que podemos controlar el problema. De esta manera, aumentaría la responsabilidad de las personas en los procesos de desarrollo y cambio. Partir desde la postura que nos subraya nuestras carencias no es un buen comienzo porque no motiva. Uno se siente destinado a sufrir o aceptar que es una víctima de un mal superior. Es por esta razón que en muchas ocasiones, al intentar solucionar un problema, los profesionales de la empresa generamos más.
Por el contrario, una buena manera de comenzar cualquier proyecto o reunión es recordar momentos de éxito. Por mi experiencia personal, cuando realizo este ejercicio en las empresas las personas se sienten motivadas para mejorar porque a diferencia de otros modelos, estas sesiones comienzan por dar sentido a por qué estamos en esa organización recordando momentos en los que nos sentíamos vivos e implicados.
El radar de carencias consiste en un mecanismo evolutivo que fue muy útil en el pasado, cuando los peligros eran abundantes y el más mínimo fallo podía acabar con tu vida. Pero ya no lo es, en la actualidad. A un grupo de privilegiados de este mundo nos ha tocado vivir en un entorno tan seguro que es más efectivo abordar los cambios con esquemas positivos que rastreen las capacidades y no las carencias. La propuesta es fijarse más tiempo en lo que va bien y funciona. Cuando a una persona le recuerdas aquello que hace bien y dotas de sentido y significado sus acciones, aplicándolo tanto a sus actos pasados como presentes, su autoestima crece porque se siente alguien inteligente y no un tonto que no sabe lo que hace. Aprobar o legitimar a los que nos rodean es fundamental en los procesos de desarrollo personal.
Otra buena técnica que ayuda a percibir el mundo como un lugar amable es fijar la atención en aquello de lo que deseamos más en nuestras vidas y no maltratarnos con el pensamiento dándole vueltas a lo que no tenemos o no sabemos hacer. Por eso siempre animo a validar el comportamiento de los demás y el de uno mismo. Aprender a indagar de qué somos capaces, y no centrarse en lo que otros dicen que somos. Esta es una buena estrategia para no sentirse destinado al sufrimiento. Si rastreamos las capacidades y los recursos de las personas, podremos pasar de las empresas y directivos SIN, a las sociedades y trabajadores CON. Porque los seres humanos no somos cúmulos de problemas a resolver, sino más bien todo lo contrario: maravillosos ejemplos de éxito

viernes, 23 de mayo de 2014

Creer para ver

Guy Kawasaki, quien trabajó con Steve Jobs en Apple, cuenta que una de las cosas que aprendió en sus años de trabajo con el legendario CEO, fue que en lugar de ver para creer había que creer para ver.

Más allá del aparente juego de palabras, "creer para ver" refleja la actitud del innovador. Serendipia aparte, ¿de qué otra forma se puede crear algo nuevo sino es creyendo en ello antes de verlo? No es de extrañar entonces que los innovadores sean tildados de locos, ellos son capaces de creer en algo que nadie, ni siquiera ellos mismos, ha visto.

¿En qué creía Diego Cera, sacerdote agustino recoleto, cuando decidió construir un órgano de bambú, porque era el material que tenía a la mano?

¿En qué creía Arnoldo Gabaldón, médico venezolano, cuando aceptó hacerse cargo de la lucha contra la malaria en Venezuela, que para el momento infestaba dos tercios del territorio nacional y causaba la muerte de un venezolano cada dos horas*? 

Nuestras creencias influyen en nuestra percepción de la realidad. Si considero que algo es imposible de alcanzar, no me molestaré en intentarlo siquiera. Si creo que una circunstancia es nefasta, no habrá manera de ver oportunidad en ella. Por eso no es descabellado pensar que hay que CREER para VER.

No se trata de negar la realidad, o de pensar que todo se puede, sino de comprender que toda realidad es transformable y tener la agudeza para identificar cuáles son las teclas que hay que pulsar y el esfuerzo necesario para lograr esa transformación.

No puedo afirmar cuáles eran las creencias de Cera o Gabaldón, pero si puedo decir que para Cera no tener acero no era lo mismo que no poder tener un órgano, y a la postre lo demostró con dos órganos que todavía pueden verse en Filipinas (Cera veía una ventaja adicional al bambú sobre el metal por la vulnerabilidad de éste último a salitre).

De forma similar, si Gabaldón hubiera creído que no era posible ganarle la partida a un mosquito en un país sin dinero (buena parte de su trabajo se desarrolló previo a la etapa de riqueza petrolera), con una analfabetismo altísimo y mayormente rural - lo que quiere decir sin carreteras, sin telecomunicaciones, sin canalizaciones de agua potable o servida, con casas que eran verdaderos criaderos del insecto que diseminaba la enfermedad -, se habría quedado investigando en Nueva York. En cambio, aceptó el reto, creyó en su propia capacidad y la de sus coterráneos, creyó que con esfuerzo, disciplina y dedicación Venezuela podía superar la epidemia que la azotaba y luego de 25 años de trabajo, no sólo se obtuvo la distinción como territorio libre de paludismo (1961), sino que para 1963, la esperanza de vida del venezolano había alcanzado los 62 años, 24 años más que los 38 años que eran el promedio de vida para el año 1936, cuando inició su trabajo.


* Para 1936 la población de Venezuela era de 3.509.618 habitantes. De acuerdo con Asdrúbal Baptista, Bases cuantitativas de la Economía venezolana: 1830 - 1995 (Caracas, 1997)