domingo, 6 de septiembre de 2020

Día 15 – Buenos, lobos e interdependientes

 

                                            Grabado hecho en 1865 por Gustave Doré


¿Somos buenos o malos por naturaleza?, puede que seamos ambos, como el mito del Dr. Yekyll y Mr. Hyde o puede ser que nos comportemos de un modo con algunas personas y del modo contrario con otras.

¿Somos buenos o malos por naturaleza? Unos piensan que nacemos buenos y es el mundo lo que nos corrompe (Rousseau) mientras que otros piensan que “el hombre es lobo del hombre” (Hobbes).

¿Y si los dos estuvieran equivocados o, mejor dicho, si los dos tuvieran la razón? Puede que seamos ambos, como el mito del Dr. Yekyll y Mr. Hyde o puede ser que nos comportemos de un modo con algunas personas y del modo contrario con otras.

Me atrevo a escribir algunas de las ideas que me vinieron a la mente mientras leía el capítulo XIII del Leviatán de Hobbes sobre dos nociones manejadas por el autor en este capítulo, a saber, la igualdad de los hombres y su visión del hombre como un ser naturalmente antagónico a sus semejantes.

El Leviathan de Hobbes

En los primeros párrafos aparece recurrentemente la idea de la igualdad entre los hombres. Se trata de igualdad de capacidades, según es posible leer:

“La naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en sus facultades corporales y mentales que, … la diferencia entre hombre y hombre no es lo bastante considerable como para que uno de ellos pueda reclamar para sí beneficio alguno que no pueda el otro pretender tanto como él”.

“Y en lo que toca las facultades mentales… encuentro mayor igualdad aún entre los hombres, que en el caso de la fuerza”.

Afirma, además, Hobbes, que somos plenamente conscientes de esa igualdad de facultades mentales, como lo refleja por un lado la dificultad que tenemos en reconocer que haya alguien más talentoso que la propia persona, pues “no hay mejor signo de la igual distribución de alguna cosa que el que cada hombre se contente con lo que le ha tocado”, y por otro que compartimos “la esperanza de alcanzar nuestros fines”.

Llegado a este punto, esa condición de igualdad, unida al carácter limitado de recursos que necesariamente debemos compartir, le sirve a Hobbes para explicar la rivalidad natural entre los hombres, quienes para garantizar su propia seguridad están obligados a esforzarse en subyugar a sus semejantes. No puede ser de otro modo, se trata de dos jugadores de basketball disputando el balón en el pitazo inicial, ambos desean lo mismo y están en igualdad de condiciones para obtenerlo, luego son contrincantes.

No ve Hobbes otra posibilidad para alcanzar los fines que esforzarse en destruirse o subyugarse, mediante el uso de fuerza o astucia. Reconoce tal estado en que todos luchan contra todos como un estado de guerra, que conduce al hombre a una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta. Reconoce que no es posible en tal estado ni la industria, ni el cultivo de la tierra, la navegación, ni la sociedad.

Entonces el hombre enajena parte de su poder para otorgarlo a otro, de forma que cuando todos respetan a uno, se posibilita la convivencia, pues este que detenta el poder está en capacidad de regular e, incluso, detener los impulsos de los demás.

Nos necesitamos y por eso establecemos acuerdos

Es aquí donde me gustaría detenerme. No es posible enajenar el propio poder a menos que haya un acuerdo previo, mejor dicho, el acto de enajenar el propio poder para otorgárselo a otro es un acuerdo. Pero todo acuerdo tiene su base en la confianza, pues supone que cada una de las partes ha de cumplir con su parte del trato. Entonces, ¿qué es lo que posibilita el acuerdo inicial? A mi juicio, exactamente aquello a lo que Hobbes atribuye la raíz del antagonismo entre los hombres, esto es, los recursos limitados y nuestra necesidad de seguridad. 

Lo que quiero decir es que el carácter limitado de los recursos hace por igual que debamos competir por ellos que compartirlos, porque en ocasiones debemos luchar con los otros para obtener algo, pero en otras no es posible obtener ciertos fines para un individuo por sí mismo, sino únicamente mediante el esfuerzo de varios, como es el caso de la caza, de otorgar nuestro poder a otro, o incluso de reproducirnos. Son estas necesidades las que nos impulsan a buscar la cooperación de otros, y es nuestra igualdad de facultades mentales lo que hacen posible que establezcamos las alianzas requeridas.

Entonces la naturaleza no nos disocia naturalmente, nos brinda igualdad de facultades y además libre albedrío, de forma que podemos utilizar tal potencial para mantener un estado de guerra o para construir.

Convivir nos hace compartir

En “La División del Trabajo”, Durkheim enuncia: “el conjunto de creencias y sentimientos comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad forma un sistema determinado que tiene vida propia: podemos llamarlo conciencia colectiva o común... Es, pues, algo completamente distinto a las conciencias particulares, aunque sólo se realice en los individuos”.

Este conjunto de creencias proporciona cohesión social, el sentido de pertenencia de un individuo a un grupo y, con ello, nos provee de estabilidad social.

Nos necesitamos unos a otros para satisfacer nuestras necesidades. Cuanto más avanzada es la sociedad, más especializados tienden a ser sus integrantes lo que refuerza la interdependencia. Durkheim llama a esto “solidaridad orgánica”, y la considera una fuente de cohesión hasta más importante que la conciencia colectiva, aunque no la sustituye. También en las sociedades avanzadas hace falta una serie de visiones del mundo comunes y compartidas que favorezcan la cohesión social y moderen las aspiraciones egoístas de sus integrantes, sin sofocarlas o extinguirlas.


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