lunes, 2 de julio de 2012

La letra con sangre ¿entra?


En la película Monsters Inc., de Pixar, los monstruos asustaban a los niños, no por un placer malsano, sino porque era su trabajo. Los gritos y el llanto de los niños eran una excelente fuente de energía que ellos aprovechaban para atender las necesidades de su ciudad. Sin embargo, algo sucede, y descubren que, si bien los gritos y llantos infantiles producen energía, sus risas producen mucha más.

No cabe duda de que la disciplina forma parte de los procesos educativos. Lo que no es cierto es que disciplina sea sinónimo de “represión” o que para impartir o enseñar disciplina haga falta reprimir o castigar. No es que ignore que es importante aprender a responsabilizarnos de nuestros actos, sino que no estoy de acuerdo que sea el castigo el recurso más adecuado. Particularmente prefiero hablar de sanción a hablar de castigo, porque mientras que el segunda se aplica a la persona, como si de suyo hubiera algo malo en ella, la segunda es una reparación que esa persona habrá de dar en virtud de la acción realizada.

Afortunadamente, frases (y la práctica que nombre) como la que titula esta entrada han caído en desuso. Con cada vez menos frecuencia se utiliza el castigo físico para lograr que las personas, niños o adultos, “entren por el aro”. Sin embargo, y para calamidad de todos, el castigo físico ha cedido lugar a otro tipo de castigo, de orden moral o psicológico, tan dañino como el primero, pero más peligroso, porque puede volverse tan sofisticado que resulta más difícil de detectar y, por tanto, de frenar.

En el ámbito de las organizaciones, todavía está muy arraigada la práctica de “imponerse” como medio para lograr que las personas cumplan con su tarea. Es una práctica de un tipo de gerencia que llamaremos una “pobre gerencia”. La amenaza, velada o explícita, de frenar un ascenso, penalizar la evaluación, e, incluso, despedir a un empleado si no hace lo que se le pide, ciertamente tiene un efecto en los resultados, pero, ¿a qué costo?, ¿qué se sacrifica en este camino?, ¿cuál es el impacto para la organización?


En un post anterior, “La pasión por el trabajo, ¿es cultivable?”, se muestran algunas cifras de lo que cuesta, a las organizaciones, una pobre gerencia. Algunos jefes parecen olvidar que sólo pueden ser exitosos si sus reportes los apoyan. Un estudio de la Universidad de Florida encontró que los empleados con jefes abusivos comenten un 24% más de errores que aquellos que tienen jefes considerados y  se fingen enfermos en mayor proporción (29% a 4%), además, mientras que el 33% de los empleados con jefes considerados están dispuestos a dar su máximo esfuerzo contra  sólo el 9% de los que tienen jefes abusivos. En Venezuela, hay casos de empresas que reportan que líneas de producción, con supervisores considerados, son capaces de iniciar operaciones y cumplir con la cuota con hasta un 25% de ausentismo, retando las métricas de la corporación, que señala como un 5% el ausentismo máximo tolerable para lograr el mismo objetivo.

Ciertamente es más difícil hacer que los integrantes de nuestro equipo de trabajo “compartan” una visión, “concilien” las diferentes opiniones y el conflicto que eso genera,  y “participen” activamente en el logro de las metas de la organización, sin embargo, los resultados serán mucho mejores, no sólo en calidad sino en permanencia en el tiempo. No es el temor por el jefe, sino el respeto hacia el jefe, construido sobre la base de la capacidad demostrada por éste y la confianza en sus buenas intenciones, lo que hace perdurable y maximiza la eficacia de un equipo de trabajo.

Está probado que los controles internos, esos que nos autoimponemos, son mucho más efectivos que los controles externos que quieran imponernos, entre otros, porque requieren de la madurez personal que proviene de contar con el conocimiento y las capacidades requeridas para ello – lo que suponemos que viene con la adultez y la preparación. Algo similar sucede con la motivación, cuanto más intrínseca más está relacionada con un alto desempeño. Y es que cuando nos sentimos motivados, estamos dispuestos a invertir el tiempo necesario para prepararnos mejor, prestamos más atención a lo que hacemos, y nos tomamos el tiempo necesario para hacerlo, lo que redunda en menos errores y mayor productividad.

Las organizaciones están integradas por personas que tienen su propia voluntad y su propio modo de pensar, y a menos que estén motivados para alcanzar las metas, no habrá productividad, crecimiento, ni permanencia. El reto de las organizaciones es percatarse de que, tal y como sucedió en Monsters, Inc., hay prácticas gerenciales que maximizan retornos en productividad y bienestar, y que no es con sangre como la letra entra.