viernes, 23 de mayo de 2014

Creer para ver

Guy Kawasaki, quien trabajó con Steve Jobs en Apple, cuenta que una de las cosas que aprendió en sus años de trabajo con el legendario CEO, fue que en lugar de ver para creer había que creer para ver.

Más allá del aparente juego de palabras, "creer para ver" refleja la actitud del innovador. Serendipia aparte, ¿de qué otra forma se puede crear algo nuevo sino es creyendo en ello antes de verlo? No es de extrañar entonces que los innovadores sean tildados de locos, ellos son capaces de creer en algo que nadie, ni siquiera ellos mismos, ha visto.

¿En qué creía Diego Cera, sacerdote agustino recoleto, cuando decidió construir un órgano de bambú, porque era el material que tenía a la mano?

¿En qué creía Arnoldo Gabaldón, médico venezolano, cuando aceptó hacerse cargo de la lucha contra la malaria en Venezuela, que para el momento infestaba dos tercios del territorio nacional y causaba la muerte de un venezolano cada dos horas*? 

Nuestras creencias influyen en nuestra percepción de la realidad. Si considero que algo es imposible de alcanzar, no me molestaré en intentarlo siquiera. Si creo que una circunstancia es nefasta, no habrá manera de ver oportunidad en ella. Por eso no es descabellado pensar que hay que CREER para VER.

No se trata de negar la realidad, o de pensar que todo se puede, sino de comprender que toda realidad es transformable y tener la agudeza para identificar cuáles son las teclas que hay que pulsar y el esfuerzo necesario para lograr esa transformación.

No puedo afirmar cuáles eran las creencias de Cera o Gabaldón, pero si puedo decir que para Cera no tener acero no era lo mismo que no poder tener un órgano, y a la postre lo demostró con dos órganos que todavía pueden verse en Filipinas (Cera veía una ventaja adicional al bambú sobre el metal por la vulnerabilidad de éste último a salitre).

De forma similar, si Gabaldón hubiera creído que no era posible ganarle la partida a un mosquito en un país sin dinero (buena parte de su trabajo se desarrolló previo a la etapa de riqueza petrolera), con una analfabetismo altísimo y mayormente rural - lo que quiere decir sin carreteras, sin telecomunicaciones, sin canalizaciones de agua potable o servida, con casas que eran verdaderos criaderos del insecto que diseminaba la enfermedad -, se habría quedado investigando en Nueva York. En cambio, aceptó el reto, creyó en su propia capacidad y la de sus coterráneos, creyó que con esfuerzo, disciplina y dedicación Venezuela podía superar la epidemia que la azotaba y luego de 25 años de trabajo, no sólo se obtuvo la distinción como territorio libre de paludismo (1961), sino que para 1963, la esperanza de vida del venezolano había alcanzado los 62 años, 24 años más que los 38 años que eran el promedio de vida para el año 1936, cuando inició su trabajo.


* Para 1936 la población de Venezuela era de 3.509.618 habitantes. De acuerdo con Asdrúbal Baptista, Bases cuantitativas de la Economía venezolana: 1830 - 1995 (Caracas, 1997)