miércoles, 14 de noviembre de 2012

Las peores atrocidades y los más puros heroísmos


No podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo. Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos 
Ernesto Sábato 



El día de ayer circuló en la prensa la noticia del linchamiento y quema de un hombre acusado de torturar y asesinar a una joven con siete meses de embarazo en una población del estado Cojedes. Un crimen horrendo seguido de un ajusticiamiento terrible.

La comunidad, desprovista del menor atisbo de confianza en el Estado – ese ente que se supone tiene el monopolio de la fuerza y de las armas, precisamente para evitar que sucedan crímenes, pero sobre todo, ejecuciones como la ocurrida el día de ayer en Cojedes – de repente se ve invadida por el convencimiento de que el ajusticiamiento es el único medio que tiene para sancionar un delito que viola uno de los principios más básicos, como lo es preservar la vida en ciernes, respetar la condición de indefensión casi total en la que se encuentra un ser cuando ni siquiera ha nacido.

Maestras golpeadas, policías asesinados, integrantes de una misma familia que son víctimas de atentados por equivocación, un montón de historias violentas suceden al mismo tiempo en un país que lucha con la impotencia, la indiferencia y la indignación. Cuando el gobierno ha demostrado su incapacidad para ejercer con eficacia su función de garantizar la seguridad y el respeto por las normas de convivencia básicas, ¿qué nos queda?, ¿cómo conservar la fe en la humanidad frente a una situación como ésta?, ¿cómo conservar la fe en nosotros mismos como factores de cambio social? Sin embargo, no hay otro modo de cambiar la situación que no sea creer en que es posible cambiarla y que somos capaces de hacerla cambiar. La fe en las personas, concretamente en nosotros, los venezolanos, precede cualquier esfuerzo para revertir la situación de inseguridad, violencia y anarquía generalizadas que vive el país.

Extenuados por la situación de anomia en que vivimos no es difícil caer en el cinismo, que aparece como tentador mecanismo de defensa y desemboca en el “sálvese quien pueda”, que como bien dijo Ernesto Sábato “no sólo es inmoral, sino que tampoco alcanza”, o en la desesperanza aprendida, que nos despoja de todo sentimiento de poder y nos hace pensar en que lo mejor que nos puede suceder es dejar el país. Aunque los intentos por protegernos y proteger a nuestro entorno familiar son comprensibles y recomendables, estamos obligados a procurar medidas que restituyan la convivencia en Venezuela. Por difícil que parezca, y parafraseando a Sábato, al menos “hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad y es no resignarse”.

¿Cómo hacer para no sentirnos incompetentes y desvalidos?, ¿cuál es el ámbito de acción que tenemos las personas, las comunidades y las organizaciones que hacemos vida en Venezuela frente a una situación de violencia como ésta?, ¿cómo podemos ejercer esa acción, cómo podemos amplificar sus resultados?

Todos los días mucha gente realiza esfuerzos por mejorar su entorno, desde su edificio, pasando por su empresa y llegando a su comunidad, la mayoría de ellos desde el anonimato. Otros, son casos más conocidos. Empresas como Ron Santa Teresa con su proyecto Alcatraz, que logró disminuir los índices de criminalidad en el municipio Revenga del estado Aragua y, a pesar de las dificultades, continúa creyendo en el poder del perdón y la justicia restaurativa en lugar de la justicia punitiva. Los héroes anónimos del mayorista de Coche que decidió dar trabajo a los “vagos de la esquina” que nadie quería emplear por tener antecedentes criminales, en un intento, exitoso además, por frenar la ola de hurtos que había estado sufriendo; el sistema de orquestas y la Fundación Schola Cantorum de Venezuela con sus programas de formación musical dirigidos sobre todo a niños y jóvenes de los sectores populares del país, que les brindan la oportunidad de canalizar sus energías hacia actividades que les reporten beneficios para su formación y vida futura; movimientos de educación popular, como Fe y Alegría, que luchan contra la miseria y la falta de oportunidades; organizaciones, como Fundana, que tratan de proteger a niños que se encuentran en situación de riesgo; todos estos intentos por tratar, no como mendigos sino como seres autónomos y dignos, a todas las personas, en independencia de su condición socioeconómica.

El sentimiento de indefensión e impotencia que hoy nos invade y que ha impulsado a muchos a irse y a muchos más a soñar con dejar el país – decisión respetable, porque todos tenemos el derecho de decidir dónde vivir – tiene que transformarse en acicate para quienes sentimos que no hay otro lugar al que ir, quienes pensamos en Venezuela como la única patria que queremos o podemos tener. No tenemos alternativa. Nos corresponde sumarnos a todos aquellos que, como las organizaciones mencionadas, asumen la tarea de construir el país en el que queremos vivir y criar a nuestros hijos, a pesar, incluso, del gobierno de turno. Nos toca pensar, articularnos y activarnos: ¿qué podemos hacer para mantener a raya a la bestia mientras alentamos al héroe que hay en cada uno de nosotros?

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