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Todos
hemos escuchado aquella frase “si las paredes hablaran”, ¿y si las hiciéramos hablar?,
¿cómo serían las historias de la oficina si las contaran los objetos guardados
en ellas? ¿imaginas el relato del apasionado encuentro entre Rachel y Mike,
protagonistas de la serie Suits, contado por los estantes o los libros
en que se apoyaron?
Nos revelamos en las cosas que hacemos más que
en lo que decimos. Hemos aprendido que hay conductas y creencias socialmente
aceptadas, así que es más fácil decir cosas que nos hagan quedar bien que hacer
esas mismas cosas.
Y si no hay testigos cuando hacemos esas cosas,
mostramos lo que de veras queremos, creemos y sentimos, sin temor a las
consecuencias.
Pero esto no es un tratado de ética, sino un
calentamiento para intentar algo que he querido hacer desde hace tiempo, contar
historias sobre organizaciones desde la perspectiva de los objetos que llenan
sus espacios.
¿Se imaginan el relato del apasionado encuentro
entre Rachel y Mike, protagonistas de la serie Suits, contado por los estantes
o los libros en que se apoyaron?
Bueno, mi historia no será tan atractiva, no
tiene escenas de sexo, persecuciones o asesinatos, aunque sí muestra lo que
quiere decir Gallup, la firma de talento, cuando cataloga a los empleados de
una organización como activamente desconectados de la misma.
Vayamos entonces a la historia del sobre que
quería llegar a su destino.
Jorge me sacó de la gaveta. Con premura me
abrió e introdujo un documento dentro de mí. Me selló y caminó conmigo hasta la
recepción para asegurarse de que saliera con la próxima valija. Pude notar que
era muy importante que mi contenido llegara a tiempo a la oficina principal de
la compañía, ubicada en Caracas, la capital del país, porque a mis hermanos,
utilizados antes que yo, Jorge los dejaba en una bandeja especial en su oficina
para que Marcos, el encargado de preparar la valija, los recogiera e hiciera
llegar a su destino.
Yo estaba emocionado porque iría a la capital,
además con una encomienda particularmente importante para la compañía, según
pude constatar, no solo por el comportamiento de Jorge, sino por lo que me contó
la hoja que llevaba dentro, con la que tuve mucho tiempo para conversar.
Nuestro destino era la presidencia de la compañía, al parecer mi contenido era
necesario para completar un importante trámite gubernamental.
Esa misma tarde estaba en Caracas, la gran
ciudad. Había mucho tráfico, se escuchaba el ruido de los motores desde dentro
de la valija, y pude notar que el conductor disminuyó la velocidad del vehículo
luego de que llamara a su esposa para decirle que estaba "a la altura del
jardín botánico".
Me bajaron frente a un edificio muy alto, lo sé
porque escuché que el conductor pidió a la ascensorista marcar el piso 21.
Entregó la valija a la persona que estaba en la recepción. Luego de un par
de minutos me pusieron sobre el escritorio de Belinda, una de las analistas de
compras de la compañía.
Algo andaba mal, se suponía que fuera entregado
en Presidencia, tal y como especificaba la leyenda escrita que llevaba “Para
Herlinda Hoyos, Asistente a la Presidencia”, pero esto no era la oficina correcta.
Belinda me tomó entre sus manos, leyó las letras escritas sobre mí y dijo “este
sobre es para otra persona”, se levantó y me dejó en una bandeja. Levantó el
teléfono y llamó a Servicios Generales, pensé que pediría que me llevaran a mi
destino, a fin de cuentas, tenía marcado sobre mí un sello que ponía «URGENTE».
A pesar del extravío, estaba muy cerca de
Herlinda porque Presidencia estaba en el mismo edificio – luego me enteré de
que estaba en el mismo piso – pero no fue así. Casi me desgarro de la
indignación cuando Belinda pidió que me regresaran a mi origen, porque el sobre
no era para ella. Ella ni siquiera tenía que caminar para entregarme, bastaba
con pedirle, a la misma persona que atendió su llamada, que me llevara con
Herlinda, era el mismo esfuerzo, ¿por qué no lo hizo?
Al día siguiente estaba de vuelta en mi oficina
de origen, en manos de quién me había enviado a la oficina principal de la
empresa en la valija de máxima prioridad. Jorge se puso tan lívido como yo,
corrió a preguntar a la persona de la recepción cómo es que yo estaba de vuelta,
“¿acaso no saben cuánto cuestan las multas por retraso en las operaciones?,
esto tenía que estar en Caracas ayer para ser entregado en la oficina de la
Superintendencia antes del mediodía de hoy.
Levantó el teléfono y pidió una llamada con
Presidencia, preguntó por qué razón habían devuelto un documento de tal
importancia, la pobre Herlinda no sabía de qué hablaba Jorge, de hecho, había
pedido una llamada con él para preguntar por qué el sobre no había llegado
todavía.
Jorge me envió de nuevo a Caracas, esta vez en un
viaje expreso, directo a la Superintendencia. Herlinda fue enviada en un taxi,
con la carta, firmada por el presidente de la compañía, que debía acompañar mi
contenido, en un intento por llegar dentro del plazo previsto.
Qué diferencia entre unos y otros, Jorge saltó
como un resorte, tomó el teléfono e hizo la llamada, Herlinda, con el teléfono
enfrente, pidió a la otra asistente que hiciera la llamada y Belinda, ¡ah,
Belinda!, prefirió regresarme a caminar unos pasos para entregarme a mi
destinatario final.
Yo llegué a la oficina de Presidencia finalmente,
en medio de caras largas y una cacería de brujas que acabaría señalando a
Belinda como la culpable de todo aquel enredo. Al día siguiente fui llevado a la
Superintendencia. Ahora, además de la carta firmada por el presidente de la
compañía, me acompañaba una planilla bancaria con muchas cifras en el espacio
del monto.
Nunca supe qué fue de Belinda, lo que sí
comprendí es que mientras unos trabajan duro, otros parecen sabotearlos… sin
querer queriendo.
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