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Cada filósofo tiene su forma de ver al mundo. A veces, sus enfoques parecen contrapuestos, hasta que aparece un tercero que hasta logra integrarlos. Tal es el caso de Parménides, Heráclito y Aristóteles en relación con la noción de cambio.
La filosofía es una suerte de forma de
vida, en la que las pequeñas cosas, esas que pasan desapercibidas para la
mayoría, capturan la atención de unos pocos, esos que no pierden la capacidad
de asombrarse, de ver maravillas donde otro ve lo cotidiano, lo que siempre
sucede y, por esa razón, no es digno de atención.
En este último sentido, la actitud del
filósofo se parece a la del niño, para quien todo es nuevo, todo llama su
atención, todo excita su curiosidad.
Cada filósofo tiene su forma de ver al mundo.
A veces, sus enfoques parecen contrapuestos, hasta que aparece un tercero que hasta
logra integrarlos. Tal es el caso de Parménides, Heráclito y Aristóteles en
relación con la noción de cambio.
Para Parménides todo lo que existe es el
Ser. Pero si todas las cosas son ser, parece que toda diferencia y
multiplicidad tendría que desaparecer, y que todo debería reducirse a la unidad
de un solo ente. Parménides sostiene que el Ser, el Uno, es, y sólo el Ser es;
el devenir, el cambio, no pasa de ser una mera ilusión. Porque, si algo empieza
a ser, una de dos: o procede del Ser, o procede del No-Ser. Si procede del Ser,
entonces ya era antes, y por ello no comienza, puesto que ya era; si viene del
No-Ser, no es nada, porque de la nada, nada sale, la nada no existe. El Ser,
por tanto, es Uno y su pluralidad es ilusoria. El cambio y la diversidad de los
seres no es algo real, sólo son fantasmas de los sentidos. Además, el Ser no ha
sido generado y es incorruptible, es decir, es eterno, puesto que la nada, no
es una alternativa real al ser, no es un “estado” del cual pueda surgir el ser
y en el cual pueda disolverse.
Heráclito
apoyado en el testimonio de los sentidos, sostiene en cambio, la multiplicidad
y la variedad. Para él los seres son totalmente diversos, son pura
multiplicidad, sin nada en común entre ellos y experimentan un cambio
incesante. Todo es puro devenir o cambio. Sí habla Heráclito del Uno, pero
reservándolo a Dios. Dios es la Razón, el Logos universal, la ley inmanente a
todas las cosas, la que sujeta a todos los seres a una unidad, y determina el
constante cambio del universo. El conocer entonces requiere que convivan a un
tiempo la unidad y la multiplicidad.
Aristóteles ofrece una salida al problema
de lo uno (Parménides) y lo múltiple (Heráclito). Esa salida posibilita entre
otros el conocer. En la primera porque si todo es igual no es posible distinguir
una cosa de otra. En la segunda porque si todo es diverso, no resulta posible
generalizar y con ello sería imposible conocer. La posibilidad de conocer
parece descansar en la existencia de lo uno y lo diverso, pues lo que
apreciamos ante cualquier cosa es la semejanza y el cambio.
Aristóteles rechaza la solución de
Parménides, porque entra en contradicción con los datos evidentes que la
experiencia ofrece y para nuestro autor, los datos de la experiencia son el
punto de partida de toda filosofía. El filósofo debe explicarlos, sin negarlos
o alterarlos. Y parte de esos datos son la multiplicidad y la diversidad de las
cosas.
También rechaza la solución de Heráclito,
porque niega la posibilidad de conocer una cosa a partir del conocimiento de
otra. Sólo sería posible conocer a Dios y los seres espirituales, pero no a las
sustancias sensibles. Esto conduce al escepticismo, porque ninguna verdad
tendría valor.
A las posiciones de Parménides y Heráclito,
Aristóteles opone la doctrina de la analogía del ser. El ser es análogo, esto
es, no es del todo igual (como en Parménides) pero tampoco es del todo
diferente (como en Heráclito), sino que es semejante en algún modo. Esta
semejanza no es puramente extrínseca, sino que es intrínseca a las cosas mismas
y atañe a su naturaleza más íntima. Para Aristóteles todas las cosas son ser,
coinciden en la noción de “ser”, pero difieren en la misma noción de “ser”,
porque el ser no es homogéneo y estructuralmente simple, sino que es complejo,
de forma que puede realizarse de muchos modos intrínsecamente diversos.
Justamente es el cambio lo que nos permite
percatarnos de la estructura compleja del ser. No es posible penetrar la
naturaleza de algo que permanece siempre igual, pero aquello que cambia nos
revela su constitución íntima.
La salida de Aristóteles considera un esquema que tiene su ejemplo en la ceguera. Cuando alguien es ciego su ceguera se explica como ausencia de vista en alguien que debería tener la visión. Así, la privación es correlativa a la noción de forma y entonces puede decirse que los contrarios están unidos por un lazo indivisible, al que llama hipokeimenon.
Para Aristóteles, las cosas
se generan por naturaleza o por producción. La diferencia entre ambas está en
la materia que las compone. En la naturaleza, la materia contiene en sí misma
el movimiento que hace falta para generar una cosa, mientras que en las cosas
que existen por producción, ese movimiento ha de ser impulsado por aquel que
posee el arte.
En ambos
casos, la forma, que es lo primordial a la esencia, no se crea, sino que está
presente antes que la cosa. Y esa forma en potencia lo que posibilita el
surgimiento del ser. Antes de existir, el ser es potencia, es la posibilidad de
llegar a existir. Esa potencia requiere de una materia que la actualice.
Cuando algo
deja de ser, el acto desaparece, se produce una privación, como cuando alguien
veía y luego de padecer una enfermedad deja de ver.
Cuando algo
comienza a ser, su potencia se manifiesta en acto, como cuando alguien que
estaba enfermo recupera su salud.
En cada
caso, es la privación de algo lo que explica la aparición de algo nuevo.
Pero
cualquier cambio no es posible, sólo los cambios para los que la materia es un
buen sustrato. Así no se tendrá un árbol de peras a partir de una semilla de
nogal, y no es posible hacer ladrillos de agua y sal.
El cambio,
entonces, revela la estructura del ser en el sentido de que evidencia su
complejidad. Una complejidad que es capaz de conciliar lo múltiple con lo uno,
lo constante con el cambio. Porque tanto lo uno como lo múltiple se muestran en
las limitaciones impuestas al cambio.
¿Tendrá esto algo que ver con el cambio en las organizaciones?
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