“Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa”
Winston Churchill
Con frecuencia se escucha decir que el pesimista es un optimista bien informado, sin embargo, el optimismo nada tiene que ver con la cantidad de información con que se cuenta, sino con la actitud que se tiene frente a la información que se maneja, aunque ésta sea desfavorable.
El optimismo no es lo mismo que la ingenuidad o la negación. El optimista conoce la situación en la que está y, aunque no le guste, la acepta, que no es lo mismo que dejarse arrastrar por ella, o esperar a que mágicamente cambie.
El diccionario de la real academia de la lengua española define el optimismo como la “propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable”. Sin embargo, el optimista, más que tener una propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable, asume el compromiso de actuar frente a lo que sucede con la firme convicción de que algo puede hacerse, a pesar de las dificultades o las limitaciones que éstas imponen.
Ser optimista es creer que algo puede hacerse – a pesar de lo complicadas o desfavorables que sean las circunstancias – y es estar dispuesto a obrar en consecuencia. Así, en el optimista confluyen la confianza y la acción.
La confianza es reflejo del coraje que acompaña al optimismo, coraje que permite vencer el desánimo y aceptar que no siempre las cosas pueden ser como las queremos. Esa confianza motiva a la acción, porque la condición necesaria para que intentemos algo es creer que la meta propuesta es alcanzable. Quién, en su sano juicio, invertiría su energía – recurso escaso y valioso – en acciones que piensa que no conducen a nada.
Frente a lo que sucede podemos quejarnos y paralizarnos, o podemos quejarnos durante un rato – hacer catarsis puede ser de gran ayuda – para luego activarnos. Claramente el primero de los cursos de acción no conduce al resultado que queremos, mientras que el segundo incrementa las posibilidades de obtener un resultado, quizá no exactamente como el deseado, pero cercano a éste.
Ser optimistas nos impulsa a la acción, y si bien accionar no garantiza el logro, sí lo posibilita, probablemente por eso sostiene Churchill “…no parece muy útil ser otra cosa”. Martin Seligman, el padre de la psicólogía positiva, nos recuerda que “la vida causa los mismos contratiempos y las mismas tragedias tanto a optimistas como a pesimistas, pero los primeros saben afrontarlos mejor”, justamente porque su forma de ser los prepara para la acción, principio de todo cambio.
De manera que, si no le gusta el estado actual de las cosas, dese permiso para quejarse, pero no se quede varado en la queja, actívese.
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